No eran grandes músicos. Aceptarlo les abrió la puerta a una crudeza de sonido que marcó el rumbo del ‘under’ estadounidense.

En la mitología celta, los pixies son pequeños seres fantásticos con poco sentido de la moda que se burlan de los adultos y, de vez en cuando, se roban a sus hijos. En el mundo real, los Pixies son parecidos: músicos con ropa de supermercado en un domingo por la tarde e interesados en incomodar a las audiencias con sus travesuras sonoras y, de vez en cuando, robarse el puesto de headliner en un festival de rock.

Los Pixies conocieron la fama muy tarde, 15 años después de su fundación. A pocas bandas les ha venido tan bien el reencuentro. Sus integrantes ya eran casi unos cuarentones cuando comenzaron a probar las mieles de los sold out y las giras internacionales. Lejos habían quedado ya aquellos años de bares sucios en Boston, cuando el underground de Estados Unidos era un hervidero de jóvenes aburridos e incrédulos del reaganismo. La Generación X, le llamaron después.

El “sueño americano de la abundancia” prometido por Ronald Reagan fue una tomadura de pelo para todos aquellos que vivieron su adolescencia en los 80, bajo la sombra, también, de otra líder occidental que del otro lado del Atlántico reprimía cualquier disidencia juvenil: Margaret Thatcher.

Curiosamente, la ONU declaró a 1985 como el Año Internacional de la Juventud, justo cuando los jóvenes del mundo anglosajón se enfrentaban a graves problemas de desempleo. Un año después nacieron los Pixies en Boston, ciudad que por entonces era referencia obligada de los movimientos subterráneos que luchaban por desmarcarse de los usos y costumbres del rock más comercial. Fue así como bandas como Sonic Youth, Hüsker Dü, The Melvins y Dinasour Jr. comenzaron a construir una escena que después se convertiría no sólo en la base del grunge, sino de todo lo que hoy se conoce como música indie.

Sin embargo —escribe Ben Sisario en Doolittle (2006)—, nada de eso hubiese sido posible sin una banda que supiera combinar la simpleza melódica de los Beatles y la crudeza del punk: los Pixies.

¿Y esos quiénes son?

El primer productor de la banda, Gary Smith, ha dicho en varias ocasiones que le costaba mucho trabajo amarrar tocadas para sus muchachos. No podía decir que eran hardcore, pero tampoco podía venderlos como punk. “Rock alternativo fue la palabra que se me vino a la mente”, confiesa Smith en Fool The World: The Oral History of a Band Called Pixies (2005), de Josh Frank y Caryn Ganz.

Años después, grupos como Nirvana, Radiohead o Blur declararían abiertamente haber sido influenciados por los Pixies. De hecho, según un artículo publicado por David Fricke en la revista Rolling Stone en 2007, la fama de Pixies se incrementó a raíz de que Dave Grohl, el ex baterista de Nirvana, confesara públicamente que Smells Like Teen Spirit era “un plagio enorme” del sonido de la banda bostoniana. “Kurt Cobain siempre se preguntó a qué sonaría un grupo que mezclara a los Beatles con Black Sabbath: eso eran los Pixies”, observa Fricke.

Usualmente, las bandas comparten una hermandad que va más allá de la música: un barrio, una amistad longeva, una clase social, una corriente musical… Sin estos elementos jamás hubiesen existido los Beatles, The Clash u Oasis. Los Pixies se cuecen aparte. Su unión —tan bizarra como su música— hace creer que Dios sí juega a los dados. ¿O de qué otra manera hubiera sido posible que acabaran juntos un humilde músico de iglesia cristiana con bursitis (Black Francis, voz y guitarra), una porrista y estudiante de biología que ya había sido expulsada de siete universidades (Kim Deal, bajo), un inmigrante descendiente de una de las familias más acaudaladas de Filipinas (Joey Santiago, guitarra) y un empleado de RadioShack que no encontraba trabajo como ingeniero eléctrico (David Lovering, batería)?

Tras el lanzamiento de su primer álbum, Surfer Rosa (1988), Black Francis se posicionó como la antítesis del rockstar de la época. Sin importar la situación, este chico regordete siempre andaba con peinado de instituto privado, pantalones holgados, playeras anchas y, para las ocasiones especiales —como presentaciones en canales locales de televisión— camisas de señor californiano.

Rabia sin cauce

En los 80, las canciones de protesta ya no iban al ritmo de los cuatro cuartos, sino al de las tornamesas del hip hop. En 1985, durante un discurso en Nueva Jersey, Ronald Reagan utilizó de manera proselitista el éxito de Bruce Springsteen Born In The USA, al decir que “los sueños de los jóvenes norteamericanos” reposaban en esa canción, que en realidad criticaba las políticas armamentistas de EU. “Mi tarea —dijo— es hacer esos sueños realidad”. En aquel momento, quedó claro que el rock había dejado de ser contestatario.

En el underground, en cambio, había mucha rabia contenida. Desempleados e incrédulos de la retórica presidencial, muchos jóvenes encontraron en la escena independiente la rebeldía que el rock ya no les podía ofrecer. Black Francis fue uno de ellos. Su ira —escriben Frank y Ganz— se tradujo en esa irreverente manera de cantar que recuerda más a un niño rabioso que a una estrella punk.

Todo comenzó en una borrachera en algún lugar de Boston en 1986. Francis estaba despechado por una mujer. Era un enorme fan de los Beatles y sabía que no había mejor canción para la ocasión que Oh! Darling. Comenzó a cantar. A llorar. “¡No, no, no, canta como si de verdad odiaras a esa perra! ¡A la mierda los Beatles!”, gritó alguien en medio de la fiesta.

“Pixies fue el resultado de nuestras propias limitaciones. Sabíamos que no éramos grandes músicos, entonces nos adaptamos. Mi estilo nació de aceptar mis limitaciones como guitarrista. Cuando comenzamos había muchas bandas que tocaban lo más rápido y difícil posible. Yo lo veía como algo imposible. Para mí era imposible y decidí buscar un sonido con las menos notas posibles. Un máximo de cinco. Si son más de cinco notas, en realidad no estás pensando lo suficiente musicalmente hablando”, dijo Santiago en una entrevista con la revista digital Playlist, en 2015.

Acompañados desde hace cuatro años por la bajista argentino-estadounidense Paz Lenchantin —en sustitución de Kim Deal—, los Pixies se niegan a desaparecer. Porque de pequeños y de fantásticos no tienen nada. Son de carne y hueso. Músicos de sudor y saliva que a sus 50 aún conservan el espíritu adolescente.

Fuente: www.elfinanciero.com

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